Polillas

Cuento corto, 2016 (actualizado)

La hora le traía sin cuidado desde que la velocidad pasó los cien kilómetros por hora; sin embargo, la adrenalina nunca actuó. El aire acondicionado era su único acompañamiento musical. Sus dedos bailaban contra el volante, ansiosos y con la yemas sudorosas. Sentía humedad entre la espalda el asiento y tenía que concentrarse en su respiración para no perder el ritmo. Era una noche corriente, sin luna y con estrellas desganadas. Los ojos clavados en el asfalto aparentemente infinito, pero su mente ahogada en ella. Como todos los días, como si fuese parte de su rutina. A este punto no sabía si enojarse o llorar. Si tenía que reírse o beber más. El cenicero estaba repleto de colillas, ceniza y escupitajos con sabor concentrado a nicotina, latas de cerveza aplastadas en el asiento del copiloto. Desde el momento en que encendió el carro era perfectamente consciente de que este era un viaje sin retorno. Sentía que sus pulmones eran el lugar de reunión de una pandilla de demonios encendiendo todo por diversión. Trataba de no pensar, pero no es una técnica que tuviese muy desarrollada. El paso veloz de otro auto en el carril contrario fue suficiente para que sus problemas regresen. Por borbotones, diálogos y experiencias volvieron a su inestable mente. Como muchos cobardes, pensó que era más de lo que podía resistir.

"Siempre volveré a ti, siempre estaré contigo. No me importa lo que pase, moriría feliz por ti. Como una polilla hacia una hermosa flama. Porque es eso lo que eres, eres mi luz", recordó. Esbozó una sonrisa burlona. Si en ese instante se tuviese al yo que dijo tales palabras, le sacaría un par de dientes de un golpe. Ciego, sordo y mudo emocionalmente hablando. Las adicciones a las personas eran las más peligrosas. La consciencia de su vergonzosa obsesión lo llevó a partir. Una parte de él, moribunda tras ser apedreada por su ego y razón, dejaba preguntas en su cabeza. ¿Dónde quedó su aroma a vainilla artificial? ¿Donde quedó su tenue sabor a coco? ¿Dónde quedaron sus caderas nerviosas? ¿Dónde quedaron sus manos pequeñas? Era un bombardeo a su decisión, destruía fuertes mentales importantes: principios, regulaciones de comportamiento. Aunque se quería hacer el duro y estaba enojado, sus ojos se humedecieron. Se supone que debería mejorar. El tiempo lo cura todo, escribieron muchos, pero nadie mencionó cuánto tiempo.

Encendió otro cigarrillo, para amenizar el instante. La chispa en el mechero, la punta acercándose a la llama, cuando vio una polilla.

Sí, una polilla, directa hacia la flama. Su muerte fue inminente. Dentro de un coche cerrado con el aire acondicionado al máximo, una polilla. "Tal vez estuvo debajo del asiento y simplemente salió por el aire acondicionado", pensó. A pesar de ser medio consciente de que era un probabilidad baja. Terminó de encender el cigarrillo, una curva cerrada lo obligó a sostenerlo en los labios con ambas manos al volante. Dio una pitada. Intensa, fuerte. De esas que colonizaban sus pulmones con demonios de niebla. De esas que hacían dudar quién se estaba fumando a quién. Exhaló, el humo dispersado por la acción temprana de los ductos de aire. Siguió conduciendo, mientras pasaban los cigarrillos y pasaba la carretera. La noche era interminable y nunca se había sentido más oscura. Nadie recorría el camino que había escogido. Como un eco memorial, una idea vaga pasó por su cabeza: "Como una polilla hacia una hermosa flama". Cerró los ojos por unos segundos, embargado por un sueño inmediato y tuvo que devolver el volante a su dirección. El derrape casi lo hace salirse del camino hacia solo la oscuridad sabe dónde. El sonido del caucho de los neumáticos contra el suelo fue bastante incómodo. Su habilidad le permitió tomar el control del coche y seguir por el carril a una velocidad más segura. Tronó su cuello e intentó enfocarse en el camino.

La carretera se difuminaba entre las rayas que separaban los carriles y el oscurísimo asfalto. Se cargaban de luz como si los faroles del coche en highbeam fuesen su alimento. Cuando empezó a olvidar el tema de la polilla, una segunda hizo su aparición. Pestañeó, incrédulo a lo que veía, mientras bajaba la velocidad del auto. Otra polilla, una más. Y otra. Comenzaban a brotar demasiado rápido de algún lugar y no comprendía por qué. ¡Estaba todo cerrado! ¡Era imposible! Su desesperación hubiese alcanzado la cúspide y la locura, pero fue muchas veces peor. Entonces, se percató de un pequeño detalle. Ese detalle que cambiaba las reglas del juego y de la vida. En su brazo, una pequeña herida llamó su atención. Pequeña, pero profunda, parecía que le hubieran arrancado un trozo de sí mismo. Se exaltó y buscó papel higiénico en la guantera con una mano, bajando aún más la velocidad. No había nada para limpiar la gruesa gota de sangre que se asomaba por la llaga. Nervioso, miró a ambos lados. Su vista alcanzó el espejo retrovisor, solo para hallar otra herida similar en su mejilla. Esa gota derramó el vaso y frenó de golpe, tambaleándose de adelante para atrás. ¿Acaso las polillas le estaban haciendo heridas y no se daba cuenta? El número comenzaba a aumentar, exponenciando su ansiedad. Quería gritar y al estar solo, lo hizo. Sus ojos se fijaron en el espejo, de nuevo, y por azares crueles, fue testigo de lo que temía. Su piel se abría muy despacio, cortada por unas pequeñas patas. Alas cerradas abriéndose paso. Asomándose de entre la sangre, se liberó una polilla de su "crisálida", caminó por la periferia de su lugar de nacimiento y comenzó a volar, chocándose con las paredes internas del automóvil. Su primera reacción fue acelerar, como tratando de escapar de su maldición. De su promesa. Trató de gritar nuevamente, mas comenzó a tener arcadas. Tosió y una polilla voló libre. El vómito fue menos agradable. Docenas de polillas salían de su boca cubiertas de la cena a medio metabolizar. Su brazo parecía un trozo de carne agujereado para este punto. Y sus manos ya se conformaban prácticamente de fibras musculares y huesos. Las polillas brotaban de entre pus y sangre. No sentía dolor. Nada de dolor. Todo el dolor lo llevaba por dentro.

Más muerto que con vida, abrió la ventana.

La libertad las llevó a todas, juntas, por la carretera. Consumían la noche más que las estrellas y tenían hambre voraz por más iluminación. Brillante, guiadas hacia la inmensa luz que sería su muerte. Las polillas necesitaban ponerle fin a su existencia.

La arena del reloj cayó un poco más rápido...

El coche intacto, la luz solar lo hacía resaltar en medio de la carretera. En el asiento del piloto, solamente huesos. Alguien había limpiado todo del esqueleto, dejando solamente sangre coagulada por doquier. ¿Un animal salvaje? ¿Un asesino fetichista? Otro caso más para ser archivado y sin una explicación convincente.

El grito de una chica despertó a su amante al lado. Eran las seis y media de la mañana, el aire matutino era frío, al pie de la cama, miles de polillas muertas, en un charco de sangre maloliente.

Comentarios

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